Promesas y mas promesas

Pedro Miguel Funes Díaz

Visión Social

Las promesas forman parte de la vida, pues prometemos y nos prometen muchas cosas. Los hijos prometen a sus padres portarse bien, los enamorados se prometen amor duradero, los políticos resolver los problemas más importantes de la sociedad. La promesa es ante todo, como dice el diccionario, la expresión de la voluntad de dar  a alguien o hacer algo por él.

Algunas veces he escuchado personas que confunden la promesa con el juramento, diciendo por ejemplo “te prometo que ayer fui a trabajar”, pero esta expresión es errónea, porque una promesa siempre se refiere al futuro, a algo por dar o por hacer.

Las campañas electorales siempre están llenas de promesas. Tantas que muchas personas, al recordar las promesas pasadas y notar la persistencia de los problemas sociales, se desaniman, pues les parece que de plano los políticos prometen pero nunca cumplen. Conviene analizar un poco las cosas, para afinar nuestros criterios al respecto. En efecto, pueden darse tres escenarios diversos en lo que respecta a las promesas. Alguien puede prometer y sin embargo no tener la voluntad de cumplir su promesa, o peor aún, de hacer lo contrario a cuanto ha prometido. Otro puede prometer con la intención de cumplir, pero después no lo hace, porque no puede o por otras circunstancias. Otro, finalmente, promete y cumple.

El primer caso mencionado, del que promete mintiendo sobre su voluntad, es el mayormente reprobable sobre el plano moral. La mentira es la ofensa más directa contra la verdad, es un pecado que lesiona las relaciones entre las personas y su gravedad depende de la naturaleza de la verdad a la que se opone y de los daños que ocasiona. En el terreno de la política una promesa mentirosa ciertamente produce graves daños.

Muchos de los casos de promesas no cumplidas creo que pueden ubicarse en la segunda categoría, es decir, no fueron hechas con la intención premeditada de no cumplirlas. También aquí  encontramos distinciones importantes. Puede prometerse algo de modo superficial e imprudente o, por el contrario, con seriedad y prudencia, pero siempre con la intención de cumplir. Quien no es prudente a la hora de prometer carga sobre sí la responsabilidad de los efectos que puede causar su imprudencia, mientras que aquel que con seriedad expresa su voluntad de llevar a cabo algo que después el cambio de circunstancias le impide cumplir cuenta con un atenuante de su responsabilidad.

Debe reconocerse también que la competencia por convencer a los votantes y así ganar las elecciones influye en la prudencia con la que se prometen cosas. Aquí es importante que los electores sean capaces de valorar este factor y sean consientes de que no puede esperarse que los políticos cumplan todas sus promesas al cien por ciento y de que muchas de ellas las hacen bajo la presión de las campañas y de los oponentes. Ciertamente, cada candidato prometerá resolver de algún modo los problemas más sentidos por la población, pero los ciudadanos deberán asumir también su responsabilidad evaluando prudentemente las promesas que se les ofrecen a cambio de su voto.

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